Creo a los hombres igualmente incapaces de hacer el bien o el mal. Para obrar, el sabio no tiene más razones que la costumbre y el uso.
Más vale ser indulgente que justo.
Hay que perdonarse mucho a sí mismo, para ir acostumbrándose a perdonar a los demás.
El ingenio, sin el carácter, no vale nada.
Para que una niña sepa lo que le corresponde se le exige que no sepa nada.
Una cosa hace sobre todo sugestivo el pensamiento humano: la inquietud.
La inquietud y el sufrimiento son nuestras penas mayores; las grandes verdades no se descubren sin pena y trabajo.
¿Habrá algo más terrible que el juego? No; el juego da, toma; sus razones no son nuestras razones. Es mudo, ciego, sordo. Lo puede todo: es un dios.
Para servir a los hombres es preciso rechazar la razón como un trasto molesto y elevarse con las alas del entusiasmo: si se razona no se volará jamás.