Para el amor de la esposa, para los amores santos y fieles que saben esperar, son nuestras flores tardías, las rosas de otoño: no son las flores del amor, son las flores del deber cultivadas con lágrimas de resignación, con aroma del alma, de algo eterno.
¡Permitid, señora conciencia, que nunca falte una amable mentira en nuestros labios cuando alguien llegue a pedirnos una opinión sincera!
Nada conviene tanto a un hombre como llevar a su lado a quien haga notar su mérito, que en uno mismo la modestia es necedad y la propia alabanza locura.
Se comprende que acudan a que la autoridad les moralice el teatro, los que no saben contener su curiosidad por las inmortalidades.
Todo es pensar en nuestra vida, todo es adiós, todo es partir, y es morir tanto nuestra vida, que lo de menor es morir.
¿Qué mujeres tendrá o habrá tenido en su casa el que no sabe que toda mujer es tan respetada en la calle para todo hombre como si fuera mujer de su propia familia?
El hombre sería el más extraño animal del mundo si no existiera la mujer.
De lo que se dice en sociedad, lo que importa es que se tenga gracia; lo de menos es que sea verdad.
Tan duro es para una mujer ser excepcionalmente bella, que la mayoría fracasan y acaban mal.