Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado.
Si no somos corresponsables del pasado, tampoco tendremos derecho a reclamarnos legítimos propietarios del futuro.
Lo mismo que el porvenir, el pasado no se saborea todo de una vez, sino grano a grano.
No se puede lograr que retorne el agua que pasó, ni reclamar que vuelva la hora pretérita.
El hombre pasa su vida en razonar sobre el pasado, en quejarse de lo presente y temblar por lo venidero.
Aquel que no recuerde el pasado, está condenado a repetirlo.
Quien mira lo pasado, lo por venir advierte.
Olvidemos lo que ya sucedió, pues puede lamentarse, pero no rehacerse.
¡Qué pobre memoria es aquella que sólo funciona hacia atrás!